domingo, 9 de agosto de 2009

¡MAMÁ, ESTOY AQUÍ!


Hace algunos meses atrás la señora x había visto desencarnar a su única hija de catorce años, objeto de toda su ternura y muy digna de sus lamentos por las cualidades que prometían hacer de ella una mujer cabal. Esta joven había sucumbido a una larga y dolorosa enfermedad. La madre, inconsolable ante esta pérdida, veía que su salud se alteraba cada día y repetía sin cesar que pronto ella iría a reunirse con su hija.
Informada de la posibilidad de comunicarse con los seres del Más Allá, la señora x resolvió buscar, en una conversación con su hija, un alivio a su pena.
Una dama de su conocimiento era médium; pero al ser una y otra poco experimentadas para semejantes evocaciones, sobre todo en una circunstancia tan solemne, me pidieron para que yo asistiera a la misma. Éramos tres: la madre, la médium y yo (Allan Kardec). He aquí el resultado de esta primera sesión.
LA MADRE – En el nombre de Dios Todopoderoso, Espíritu Julie ..., mi hija querida, te ruego que vengas si Dios lo permite.
JULIE – ¡Mamá, estoy aquí!
LA MADRE – ¿Sos realmente vos, hija mía, que me responde? ¿Cómo puedo saber que sos vos?
JULIE – Lili.
(Era un sobrenombre familiar dado a la joven en su infancia; no era conocido ni por la médium ni por mí, puesto que desde varios años sólo se la llamaba por su nombre de Julie. Ante esta señal, la identidad era evidente; la madre no pudo dominar su emoción y estalló en sollozos.)
JULIE – ¡Mamá! ¿Por qué te afligís? Soy feliz, muy feliz; no sufro más y te veo siempre.
LA MADRE – Pero yo no te veo. ¿Dónde estás?
JULIE – Aquí, a tu lado, mi mano está sobre la señora ... (la médium) para hacerla escribir lo que te digo. Mirá mi escritura. (En efecto, la escritura era la de su hija.)
LA MADRE – Vos decís: mi mano; ¿Entonces tenés un cuerpo?
JULIE – No tengo más ese cuerpo que me hacía sufrir tanto; pero tengo su apariencia. ¿No estás contenta de que yo no sufra más, ya que puedo conversar con vos?
LA MADRE – Entonces, ¿si te viera, te reconocería?
JULIE – Sí, sin duda, y a menudo ya me viste en tus sueños.
LA MADRE – Realmente, te vi en mis sueños, pero creí que era un efecto de mi imaginación, un recuerdo.
JULIE – No; era yo la que siempre estaba con vos, buscando consolarte; fui yo quién te inspiré la idea de evocarme. Tengo muchas cosas para decirte. Desconfiá del señor Y; él no es sincero.
(Ese señor, conocido únicamente por la madre y nombrado tan espontáneamente, era una nueva prueba de la identidad del Espíritu que se manifestaba.)
LA MADRE – ¿Qué puede, pues, hacer contra mí el señor Y?
JULIE – No puedo decírtelo; esto me está vedado. Solamente puedo advertirte que desconfíes de él.
LA MADRE – ¿Estás entre los ángeles?
JULIE – ¡Oh, todavía no! No soy lo bastante perfecta.
LA MADRE – Sin embargo, no te conocí ningún defecto; eras buena, dulce, amorosa y benévola para con todo el mundo; ¿esto no es suficiente?
JULIE – Para vos, mamá querida, yo no tenía ningún defecto; ¡y me lo creía, porque frecuentemente me lo decías! Pero ahora veo lo que me falta para ser perfecta.
LA MADRE – ¿Cómo vas a adquirir las cualidades que te faltan?
JULIE – En nuevas existencias que serán cada vez más felices.
LA MADRE – ¿Será en la Tierra que tendrás esas nuevas existencias?
JULIE – No lo sé.
LA MADRE – Puesto que no habías hecho mal alguno durante tu vida, ¿por qué sufriste tanto?
JULIE – ¡Pruebas! ¡Pruebas! Las he soportado con paciencia por mi confianza en Dios; soy muy feliz hoy. ¡Hasta pronto, mamá querida!

En presencia de semejantes hechos, ¿quién osaría hablar de la nada después de la tumba, cuando la vida futura se nos revela – por así decirlo – tan palpable? Esta madre, minada por la tristeza, siente hoy una felicidad inefable al poder conversar con su hija; entre ellas no existe más la separación; sus almas se entrelazan y se expanden en el seno de una y de otra por el intercambio de sus pensamientos.
A pesar del velo con el cual hemos rodeado este relato, no nos hubiéramos permitido publicarlo, si no estuviésemos formalmente autorizados para ello.

Nos decía esta madre:
¡Si todos los que han visto partir de la Tierra a sus afectos, pudiesen sentir el mismo consuelo que yo!
Por nuestra parte, solamente agregaremos una palabra dirigida a los que niegan la existencia de los buenos Espíritus: les preguntaremos cómo podrían probar que esta joven, en Espíritu, era un demonio maléfico.
Evocación espiritual extractada de la Revue Spirite. Enero 1858
Allan Kardec

No hay comentarios:

Publicar un comentario