domingo, 13 de septiembre de 2009

EJERCICIO DE LA SOLEDAD

“La soledad del hombre de las metrópolis no es solamente la
soledad que le rodea, sino que es también la soledad que lo habita.”

Es madrugada. Insomne, aprovecho el tiempo para leer y escribir, lo que me resulta muy agradable.
Releo “Las Ceremonias de la Destrucción” (Kalina y Kovadloff) y me detengo en la frase que abre esta crónica. Y me veo pensando en la soledad, aún, hoy, que me encuentro en una condición de paz interior, lo que me permite admitir que en ciertas circunstancias ella puede ser benéfica. Tal vez mañana o en poco tiempo, no me parezca ya tan atractiva.
Tengo, como todos, mis propias experiencias en este sentido.
De repente, me viene a la mente algunos versos de una música, no sé si de Dolores Durán o Antonio María, inolvidables poetas: “Ay, la soledad va a acabar conmigo. Ah, yo ya ni sé lo que hago ni lo que digo”.
Me gusta la noche, el silencio y, en cierta forma, un poco de soledad. Pero estas cosas combinadas – insomnio, noche, silencio y soledad – casi siempre son el horror de muchas personas. Especialmente porque las tres primeras potencializan la soledad.
Me acuerdo de los momentos en los que la sentí como un dolor muy punzante, además de estar dominada por la nostalgia. Soledad y nostalgia, con frecuencia, andan juntas. Este estado íntimo ha llevado a un gran número de personas a la desesperación, a la depresión y al suicidio. La falta, la ausencia de un ser amado, la carencia interior pueden machacar tanto que se vuelven un dolor físico.
¿Quién – con alguna experiencia – no pasó por esto?
Algunas veces la soledad me sobreviene de un estado de nostalgia bastante impreciso. Estando rodeada de personas queridas, estoy sola. Una nostalgia inexplicable, vaga, de algún lugar y de alguien me domina. El cielo azul, el día radiante y bello me parecen gris y frío. La noche estrellada oliendo el perfume de las flores de alrededor es un abismo negro a punto de cerrarse sobre mí. En momentos así, la soledad me habita y en este planeta Tierra tal vez no haya un lugar donde me pudiera sentir feliz. Entonces sabía, como sé, que sufría por tiempos y experiencias que quedaron atrás y que rezuman ahora en forma de nostalgia.
El confort de saber el por qué de las cosas, de los desencuentros y desengaños, de saber la génesis de los sufrimientos inexplicables en esta vida nos dan fuerzas y coraje, estímulos para entenderlos como desafíos que se tienen que vencer a costa de esfuerzo, perseverancia y determinación.
Sin embargo, ¿cuántos millones de personas caminan aturdidas y desesperadas buscando un sentido a la vida, intentando encontrar respuestas y, sobre todo, esperanzas y perspectivas que les sirvan de apoyo y alternativa, o más que esto, certeza de progreso, de paz y felicidad venideras?
¿Cuántas personas existen que buscan frenéticamente las diversiones, los ruidos, los placeres y vicios tan sólo por tener compañía? Porque no se soportan temen la soledad de un modo enfermizo e inventan mil maneras – no siempre equilibradas – de evitarla. O, tal vez, por el pavor de escudriñarse por dentro en el enfrentamiento que el estar sólo propicia.
Es este, especialmente, el ser humano de las metrópolis. Cercado de edificios, de automóviles, de personas, está a solas, inevitablemente sólo, porque perdido en sí mismo, en un bosque de problemas mal-resueltos o aplazados, mientras otros se van sumando. La soledad que lo rodea, sin embargo, le hace sufrir menos que aquella que mora en su interior.
No acostumbrado a una vivencia interior, desconociéndose a sí mismo, neurótico por los miedos que la vida moderna le impone y, tal vez por otros que carga inconscientemente, el hombre actual parece no estar preparado absolutamente para vencer todo eso.
Esa lucha intensa e íntima es tan dramática que puede llegar a un proceso de despedazamiento de la personalidad, expresándose por mecanismos de defensa neuróticos o psicóticos, cuando no llegan a desaguar en alienación o suicidio.
Emile Durkheim afirma: “Si hoy nos matamos más que ayer no es porque tenemos que hacer, para mantenernos, esfuerzos más dolorosos, ni porque nuestras necesidades legítimas estén menos satisfechas; sino que es porque ya no sabemos donde están las necesidades legítimas ni tampoco percibimos el sentido de nuestros esfuerzos”.
Esta dificultad que el ser humano tiene de administrar sus propios conflictos y de superarlos, advienen, no en raras ocasiones, del desconocimiento de sus causas generadoras. Teniendo la visión limitada de la concepción de una única existencia terrestre, se tropieza en ese estrecho universo personal como un ave prisionera impedida de alzar el vuelo. La soledad, la angustia, el miedo, los conflictos parecen irreversibles.
La madrugada avanza y prosigo en el hilo de estas reflexiones, sintiéndome bastante confortable por no tener conmigo – aunque sí en momentos aflictivos y por eso mismo – tal incógnita. Me siento feliz por saber. Ya no se trata de una creencia: yo sé por qué sufro, por qué vivo, de dónde vine y hasta del futuro puedo hacer algunas proyecciones, como saben bien los espiritistas y también los espiritualistas-reencarnacionistas.
La Doctrina Espírita ofrece respuestas y lanza luces sobre las causas de los sufrimientos y vicisitudes terrestres.
Joanna de Ângelis (espíritu) tiene algunas páginas que hablan sobre la soledad, de entre ellas “Karma de Soledad”, que está en el libro “Vivir y Amar”.
Emmanuel (espíritu), a su vez, tiene un antológico mensaje cuyo título es “Soledad”, cap. 70 de “Fuente Viva”. Además de éstas, muchas otras se encuentran en la extensa y rica literatura espírita.
De repente me di cuenta de que nosotros, espíritas, somos ricos. Ricos de conocimientos, de informaciones y comprobaciones que nos propician una vida interior intensa y preciosa cuando las incorporamos a nuestra experiencia.
Por eso, digo a alguien que me lee y que está sufriendo: busque conocer los esclarecimientos que el Espiritismo presenta para los problemas humanos.
Estese cierto (ese alguien) de que la Doctrina le dirá que fuimos creados para la felicidad, para el amor, para el progreso espiritual. Que el sufrimiento es opción nuestra que podemos modificar a través del trabajo edificante, de nuestro crecimiento en cuanto persona, pues todos tenemos derecho a la felicidad. No se entregue a la soledad, al dolor de la nostalgia. ¡Luche, trabaje, viva! Tenga un ideal superior que alimente su Yo. Recuerde que el ser humano no es el cuerpo – es el Espíritu. Ámese a sí mismo, a la vida, a las personas. Al final, como dice Joanna de Ângelis, “la mayor felicidad en el amor pertenece a quien ama”.
La madrugada llega al fin, las sombras se deshacen y el nuevo día amanece.


Crónica publicada originalmente en el periódico “Correo Fraterno del ABC”,
en octubre de 1990.

Extraído y traducido por Sebastián Gómez, del Grupo de Estudios Espíritas de Brunete, del libro intitulado Trastornos Mentales, una lectura espírita, cap.5, Trastornos del Humor, pag.73 a 77, de Suely Caldas Schubert, publicado en el año 2001 y reeditado en su 7ª edición en el 2005.

2 comentarios:

  1. Ahí donde esté tu tesoro estará tu corazón.-nos decía Jesús. Y el tesoro de los espíritas es inagotable y sumamente enriquecedor, sobre todo cuando sabemos administrarlo y reartirlo llevando un poco de consuelo a quienes nos rodean.
    La soledad más terrible es esa que anida en lo más íntimo y que es la más común en los días que vivimos. Aunque vivimos en la era de la comunicación a gran escala paradojicamente siento que hay una falta muy grande de intercambio a nivel personal. Me explico: Creo que la mayoría de las personas se comunican a un nivel muy superficial. Nos falta expresión en cuantoa nuestros sentimientos, nuestros miedos, nuestros temores...A veces, da la impresión de que tememos ser nosotros mismos por temor a que nos dañen. Esto crea un enorme vacio y la íncómoda sensación de estar solo a pesar de estar rodeados de gente.
    En nuestras reuniones de estudio del evangelio hemos conseguido ahondar en nuestras emociones y sentimientos, compartirlas, descubrir que nada tenemos de extraños con respecto a los demás, puesto que la mayoría de las veces hablamos de sentimientos comunes al grupo, hemos conseguido sacar de nosotros inquietudes y cosas que nos causan dolor, sentimientos de culpa. etc.... En definitiva y gracias al Espiritismo y al gran psicoterapeuta que es Jesús estamos logrando que muchas personas puedan expulsar de si los monstruos que se esconden en los pliegues del alma y que muchas veces nos cuesta tanto identificar. Sin duda un gran paso para la reforma íntima.
    El centro espírita es un lugar maravilloso para compartir, empatizar y dar mucho amor procurando que cada uno descubra en sí los valores preciosos que posee dentro de si y aprenda a usarlos para progresar.

    ResponderEliminar